A los diez y ocho años, a puertas de salir del colegio tenía el
propósito de ser ingeniero agrónomo. Mis padres estaban contentos con mi
decisión, a ellos les agradaba mucho esa idea. Conforme se acercaba el
momento de salir a la vida universitaria, la agronomía iba quedando a
segundo plano y en mi pecho crecía el anhelo de seguir los pasos de mi
padre y convertirme en Oficial del Ejército Ecuatoriano. Mi padre, que
lleva mi mismo nombre, vivía para decirme que lo último que debo hacer
era pensar en el verde camuflaje, me decía que es una vida muy
sacrificada y dura y no quería verme sufrir. No le hice caso y me dejé
llevar por lo que me decía el corazón, un corazón que fue guiado por el
ejemplo de mi padre y por el profundo amor por cada rincón de nuestra
patria, su devoción por la milicia y su respeto por los derechos de cada
habitante de mi país. Su idea del bien común y del derecho que los
seres humanos tienen a ser felices, ha sido una constante que ha
influido en mi decisión.
Es así como inició todo, compré el prospecto, realicé la pruebas médicas y psicológicas también, todo iba bien hasta que llegaron las pruebas físicas que se realizaron en tres días. En el segundo dia (era un viernes) un Coronel me descubrió que no era apto para la milicia. Porqué? porque tan solo medía un metro cincuenta y ocho centímetros. Eso fue traumático para mí, me sentía devastado, arruinado, un inútil. Con la voz entrecortada solo le pedí que me dejen terminar todas las pruebas que faltaban con mis compañeros y después de eso no volvería jamás. Mientras nadaba sentía las lagrimas en mis ojos, eran de despecho, también sentí el corazón pequeñito y una rabia muy grande con todos, inclusive con mis padres que nunca me hicieron darme cuenta de ese "defecto". Al salir de la piscina solo quería ir a casa, encerrarme en mi cuarto y llorarle a la almohada.
Cuando
llegué a casa y ver la sonrisa emocionada de mi madre preguntándome: ¿Cómo te fue hijito?,
solo se me ocurrió estallar en cólera y desahogar todo ese dolor que
sentía, esa amargura que nadie me había hecho sentir. Yo veía en los
ojos llorosos de mis padres la misma rabia, pero sobretodo la impotencia
de no poder hacer algo para consolarme. Mi padre, que para mí es un
sabio, me dijo que él no me había traído al mundo para que sufra y que
la vida militar a veces era así cuando los instructores no evalúan el
intelecto, el corazón, ni la voluntad de servir a la patria y me abrazó,
como cuando tenía 11 años y me daba ánimos para ir a mi colegio
(colegio militar por cierto).
Con esa confianza y la
certeza que mi familia me apoyaba, decidí tomar al toro por los cuernos y
demostrar que así no entre a la Escuela Superior Militar "Eloy Alfaro"
yo iba a ser el primer soldado sin camuflaje. Ese sábado el mismo
Coronel me hizo medir otra vez, pero esta ocasión yo no estaba desarmado,
contaba con todo el amor del mundo en mi cantimplora (mi corazón). En
mis entrenamientos nunca cumplí la marca del Test de Cooper (3200m en 12
minutos) pero ese día fue distinto y mis cortas piernas fueron mas
rápidas que las de muchos de mis compañeros. Y mientras corría con todas
mis fuerzas me decía a mi mismo: "nadie te puede quitar tus sueños, corre Marco Antonio que
nadie te puede decir hasta donde debes llegar, NADIE". No llegué primero
pero hice un honroso 11 minutos 32 segundo, en un ambiente tan hostil,
había ganado mi primera batalla. La última prueba era un salto de la
decisión (saltar a la piscina de un tablón de 5 m). Ahí un Teniente,
viéndome tan pequeño quiso burlarse de mí, pero por dentro sabia que
el gigante era yo. Ese teniente me dijo: "Ud. cree que alcanzará a los
pedales de un tanque de guerra?, Ud. cree que el paracaídas se abrirá
cuando se lance del avión? No nos haga perder el tiempo".
Al
terminar las pruebas físicas con una frustración en mi vida iba a dar
por terminado el capítulo de la milicia. Pasaron los días y dos semanas después,
un lunes por la tarde vino por el correo un sobre de la Escuela
Superior Militar "Eloy Alfaro", el cual decía que había sido aceptado.
Lo leí dos o tres veces más, porque tenía la duda de haber visto mal,
cuando confirme que en realidad estaba bien, una alegría inmensa se tomó
mi corazón, casi toco el cielo del salto que di, la frustración
desapareció y volví a ser el dueño del mundo (de mi mundo). Fue después
de un rato que mi madre llamó a la Escuela Militar para confirmar si tal
vez no habían cometido un error, y no lo fue. Yo ya era un "Recluta" de
lo que para mí era la mejor institución que tiene el país.... EL
EJÉRCITO ECUATORIANO.
Gracias a las palabras de ese
teniente y a mi "cantimplora llena" cada cosa que emprendo la tomo como
un reto que debo superarlo de cualquier manera. Antes de ingresar al
Ejército nunca había boxeado pero para probarme a mí mismo de mis
capacidades, subí al cuadrilátero los cuatro anos de Escuela Militar; no fui el
más técnico, ni el mejor de los púgiles, pero cada golpe al contrincante
era un golpe a los estándares, a los prototipos, a los complejos que no
podían cortar las piernas de un "pequeño león". Así pude manejar un
tanque de guerra (colándome en un tanque autopropulsado), hacer un curso en la
Selva, un curso de Tigres, un curso de BM-21, un curso de Oerlikon, un curso de Observado Militar de Naciones Unidas y un curso avanzado para capitanes de Artillería en Estados Unidos y permítanme contarles que sí, sí
se abrió el paracaídas las siete veces que he saltado de un avión.
Ahora
soy licenciado en ciencias militares, estudiando una licenciatura en
lenguas, egresado de una maestría de gestión educativa, a puertas de iniciarme como Inspector General del Colegio Militar "HÉROES DEL 41" en la provincia de El Oro, con
treinta y cuatro años he llegado a la conclusión que la milicia no es para los
altos, es para los grandes de espíritu. Continúo con el mismo
entusiasmo y las mismas ganas de servir a mi Patria, probándome a diario
que con la bendición de Dios, el amor de mi familia y un poco más de
metro y medio de estatura, se pueden hacer un millón de cosas
aparentemente inalcanzables.
MARCO ANTONIO GRANJA SÁNCHEZ.
CAPITÁN DE ARTILLERíA
ECUADOR
Que orgullo haber conocido a este pequeño gran hombre carajo desde el colegio era un guerrero, un comandante de curso con honores siempre, un verdadero camarada, un señor!! y ahora un oficial del Ejército Ecuatoriano. Mil felicitaciones mi querido amigo
ResponderEliminarUn claro ejemplo a seguir, mi Capitán.
ResponderEliminarSin Palabras ... Mi Respeto hacia Usted
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