Hace ya casi 20 años tuve la oportunidad de
viajar al extranjero acompañando a mi padre en una comisión en representación
del Ejército Ecuatoriano que duró un año. A mi regreso decidí volver a repetir
el año que estudié fuera del país, porque a mi juicio no había aprendido lo
necesario para estar en el mismo nivel de conocimientos que mis compañeros.
Nunca me arrepentiré de esa decisión, fueron múltiples los beneficios: Primero
que nada, los amigos que logré hacer. Son 20 años de amistad de dos promociones, el cariño inquebrantable que a
pesar del tiempo y la distancia esos "bodis" están siempre en los momentos
más importantes de mi vida.
La experiencia de un año mayor si pesa, porque me sentía más seguro, menos tímido y más maduro en comparación a mis nuevos compañeros que al igual que yo atravesábamos la dichosa "edad del burro". El pasar un año en el extranjero me permitió aprender otro idioma y desenvolverme con mayor seguridad en todas las actividades. Tuve mi primera enamorada y no precisamente porque era bonito sino porque tenía "verbo" y seguridad. Los 6 años en el mismo colegio me permitieron graduarme con buenas notas y me facilitó el ingreso a la Escuela Superior Militar "Eloy Alfaro" aún cuando no cumplía el requisito de estatura mínima. Creo sin duda alguna, que mi estatura, el acné y los fierros en mi boca (brakets) hubieran sido motivos de complejo e inseguridad si no hubiera tenido un año sabático que me permitieron conocerme y valorarme de mejor manera.
Nunca hice trampa para pasar de año o dejé que mi madre vaya a humillarse con algún maestro pidiendo mi promoción al siguiente curso. Desde niño me enseñaron que la dignidad de un ser humano no tiene precio. Y al graduarme del colegio a todos los profesores pude mirarles y abrazarles con un inmenso cariño y gratitud porque no les debía de ningún punto, ni favor.
Y es que Dios sabe cómo hace las cosas y se encarga de obrar en nuestro camino de manera maravillosa. Sólo él sabe por qué nos quita y por qué nos da. Sólo él pone su mano en nuestras vidas para que podamos aprovechar cada oportunidad que él nos da.
La experiencia de un año mayor si pesa, porque me sentía más seguro, menos tímido y más maduro en comparación a mis nuevos compañeros que al igual que yo atravesábamos la dichosa "edad del burro". El pasar un año en el extranjero me permitió aprender otro idioma y desenvolverme con mayor seguridad en todas las actividades. Tuve mi primera enamorada y no precisamente porque era bonito sino porque tenía "verbo" y seguridad. Los 6 años en el mismo colegio me permitieron graduarme con buenas notas y me facilitó el ingreso a la Escuela Superior Militar "Eloy Alfaro" aún cuando no cumplía el requisito de estatura mínima. Creo sin duda alguna, que mi estatura, el acné y los fierros en mi boca (brakets) hubieran sido motivos de complejo e inseguridad si no hubiera tenido un año sabático que me permitieron conocerme y valorarme de mejor manera.
Nunca hice trampa para pasar de año o dejé que mi madre vaya a humillarse con algún maestro pidiendo mi promoción al siguiente curso. Desde niño me enseñaron que la dignidad de un ser humano no tiene precio. Y al graduarme del colegio a todos los profesores pude mirarles y abrazarles con un inmenso cariño y gratitud porque no les debía de ningún punto, ni favor.
Y es que Dios sabe cómo hace las cosas y se encarga de obrar en nuestro camino de manera maravillosa. Sólo él sabe por qué nos quita y por qué nos da. Sólo él pone su mano en nuestras vidas para que podamos aprovechar cada oportunidad que él nos da.
Mis cadetes, no se sientan tristes por perder un
año. Piensen que ganan un tiempo de experiencia, un inicio para dejar todo lo malo
atrás y una oportunidad para cambiar todas las cosas de aquí en adelante. Seguro estoy que la vida y Dios les tiene preparado algo hermoso para su vida. Así que, miren hacia adelante y valoren su familia, sus amigos, su felicidad, que a la final eso es lo que de verdad importa.